miércoles, 30 de septiembre de 2015

"Solía ser mejor. Por una simple palabra, por un simple pensamiento, estaba dispuesta a crucificar a un hombre o ser crucificada por él. Ahora ya estoy demasiado gastada para todo. Ya no se encienden las mejillas, ya no arde el corazón dentro del pecho; una especie de veneno corre a través de todo el ser y una sufre calladamente o - ¿cómo decirlo?- sumisamente, muda y sin el más leve deseo de salvarse o de sacrificarse."

Natalia no había cumplido aún los treinta años. En las profundidades de su alma sentimental no podía convencerse a sí misma de que si vida ya había terminado y de que la luminosa visión del amor celestial se había desvanecido para siempre de su firmamento. Lo mismo que Herzen, apenas sabía lo que deseaba y lo que añoraba. Pero ambos, gente joven desilusionada, precozmente madura, sabían que algún yerro hubo y los dos creían, conscientemente o inconscientemente, en las propiedades curativas de un peregrinaje por el extranjero. La capital francesa, que habían escogido como destino, no era tan sólo el dominio de Luis-Felipe Guizot, sino también el de George Sand y Musset. Para Herzen el horizonte de Europa occidental brillaba con el espejismo de la Libertad Política; para Natalia, con la no menos engañosa estrella polar del Romance.

(...)Pero si el autor del credo romántico fue Rousseau, su popularizador y vulgarizador fue George Sand. El lector moderno sólo ve en esta mujer una ingenua y ultrasentimental narradora de historias ni lo bastante vivaces para ser leídas como distracción ni lo bastante sólidas para respetar a su autorñia como un clásico. 
Los Exiliados Románticos 
(Bakunin, Herzen, Ogarev) Edward Hallet Carr



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